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¿Cómo conocer la fertilidad de nuestro suelo?

Es una de las grandes preguntas que debemos hacernos, pues las características de la tierra que disponemos (o que pensamos adquirir) van a determinar qué especies vegetales van a funcionar mejor y qué medidas debemos tomar para mantener y mejorar la fertilidad.  Recordemos, la fertilidad del suelo se basa en su capacidad para generar un entorno adecuado (nutrientes, aire, humedad) a las plantas que habitan en él. Es importante señalar que la fertilidad tiene que implicar estabilidad y equilibrio de cara al paso del tiempo y a perturbaciones propias del clima (tormentas, sequías…), esto es, resiliencia. No podemos pensar que basta con labrar el suelo y echar abono, ya que en muchos casos podemos tener un resultado decepcionante y desperdiciar mucha energía y recursos en el intento.

Determinar la fertilidad de la tierra es relativamente sencillo para obtener una idea general (algunos técnicos me matarían por una afirmación como esta); no obstante, existen muchos matices (calcio, hierro, actividad microbiana…) que si se pasan por alto pueden llevarnos por la estrategia de fertilización equivocada. En un breve artículo es impensable comentar los aspectos necesarios para obtener un análisis completo. Sin embargo, siempre ha habido (y ojalá que no se extingan) personas que no necesitan recurrir a métodos técnicos ni de laboratorio para conocer cómo funciona su suelo.

En tiempos más antiguos, los pueblos nómadas se asentaban allí donde la pisada del caballo diera un tacto esponjoso y se apreciara una mínima riqueza en la vegetación. Esta palabra, esponjoso, va a ser nuestran gran guía para conocer el suelo. La esponjosidad, por azar o no, es un concepto que cualquier persona podría detectar en la tierra al pisarla. No importa no haber pisado un huerto en toda una vida, cualquiera puede sentir la esponjosidad, ya sea con la pisada o con las manos. Cualquier olfato es capaz de reconocer el olor del bosque.

Vamos a caminar desde lo general hasta lo concreto. La esponjosidad del suelo normalmente indica una buena estructura. La estructura de un suelo tiene que ver con la forma en que se disponen sus componentes. Sin entrar en demasiados detalles, una correcta estructura es capaz de formar pequeños agregados (agrupaciones de partículas del suelo) de tal manera que el aire y el agua circulen por el perfil del suelo beneficiando la actividad vital de la planta. Si falta aire la planta no puede tomar oxígeno para respirar; generalmente la planta toma oxígeno de la raíz (respiración) y dióxido de carbono (fotosíntesis) de las hojas. Si falta agua la planta no puede realizar sus funciones vitales, y si sobra vuelve a faltar oxígeno para respirar.

Una correcta estructura es el resultado de lo que se llama complejo arcillo-húmico. Este concepto suena extraño pero es sencillo de entender. Es necesario que en nuestro suelo se generen enlaces entre las arcillas que hay en él y el humus que es resultado de la descomposición (y recomposición) de la materia orgánica, ya sea estiércol, restos de cosecha, abonos verdes etc. Si nuestro suelo es esponjoso esta conexión entre arcillas y humus permite generar un habitat favorable para nuestra planta. El humus, dada su naturaleza, tiene una gran capacidad de absorber sustancias minerales, enzimas y agua; el humus puede absorber el doble de su peso en agua. Por lo tanto, debemos conocer si hay suficiente arcilla y humus en en suelo. La arcilla es la fracción mineral del suelo con las partículas más finas (0,002 mm). Le siguen los limos (0,002mm-0,05mm) y las arenas (0,05mm-2mm). De momento basta con saber que las arcillas son las únicas partículas minerales del suelo que pueden retener los elementos que la planta necesita (calcio, magnesio, potasio…). Sin arcilla es imposible formar un suelo adecuado para cultivar de forma natural.

Un truco sencillo para saber cuánta arcilla posee nuestro suelo consiste en humedecer un poco de tierra y empezar a formar un churro o cilindro. Si se puede formar, el suelo tiene al menos un 10% de arcilla. Si puedes hacer una media luna al menos hay un 15%; si consigues hacer una rosquilla al menos un 20% (suelo bastante arcilloso), y si al conectar los dos lados para hacer la rosquilla éstos se juntan como lo harían dos imanes hay entre un 20% y un 25%. A partir de aquí ya no es sencillo dar parámetros. La textura del suelo (relación arcilla-limo-arena) de un suelo también se determina mediante la impresión táctil al deslizar los dedos entre tierra húmeda: si la sensación es de azúcar el suelo es predominantemente arenonso, si es de jabón o aceite es limoso, y si es adherente es arcilloso. Basta mencionar por ahora que en un suelo ideal existe un equilibrio entre estos tres tamaños, lo que se denomina suelo equilibrado o franco: 20-25% arcilla, 30-35% limo, 40-50% arena.

Detectar el humus a simple vista resulta inexacto, ya que existen varios tipos de humus y en muchos casos éste se haya ligado a las arcillas y pierde su color. No obstante el humus presenta una coloración marrón oscura (nunca negra) situada en la parte superficial del suelo. Cuando existe un buen equilibrio entre humus y arcilla los agregados  tienen una forma más de tipo redondeada; en caso contrario los bordes presentan aristas, forma laminar o cúbica entre otras.

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En esta imagen se aprecia, de izquierda a derecha, la idoneidad de la estructura. En el primer caso se aprecian formas más redondeadas y un color más oscuro. En la fotografía derecha los bordes son afilados y el terrón se muestra compactado (sin poros para el aire).

Por último, debido a que la formación de humus es resultado de una correcta actividad microbiana (hongos principalmente) y de la suficiente presencia de materia orgánica, el olor a bosque que posea un suelo es un buen indicador de la presencia de humus. No obstante, un suelo que no huela a bosque no tiene por qué ser un mal suelo para trabajar, sencillamente faltará realizar algunas medidas para activarlo. En un segundo artículo se comentarán más medidas de evaluación para afianzar y ampliar estas primeras impresiones.

Sentir y respirar la tierra siempre va a aportar una información esencial para conocer el suelo que pisamos, no nos hace falta un laboratorio. Lo esencial es crear autosuficiencia para cultivar nuestros alimentos y cuidar de nuestra tierra.

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